domingo, 19 de agosto de 2012

DIOS, ATEÍSMO Y REVOLUCIÓN


Dios, ateísmo y revolución, por Gabriel Wüldenmar

La revolución correcta tiene también una dimensión trascendente. Si se basa en la solidaridad e igualdad de las personas, se basa finalmente en la definición de persona. Así que todo se basa en la ética y en la persona, y ambas cosas, como vemos en otro lugar, se basan en Dios. Hay una contradicción en plantear que los hombres son iguales en niveles espirituales y trascendentes, y pretender al mismo tiempo que unos tienen derecho a una vida más digna y plena que otros (que la gran mayoría, de hecho), y a mandar y oprimir al resto. Desde el principio del cambio hasta la culminación y mantenimiento de una nueva sociedad, hay que cambiar la mentalidad de la gente para hacerla más solidaria, más fraterna, más crítica con el poder, más justa, y todo ello tanto en las relaciones personales como en las sociales. Es una labor imposible sin el estímulo de lo trascendente. Las revoluciones que han intentado prescindir y combatir lo espiritual han fracasado o se han convertido en tiranías horrendas.

Por eso, Dios es la verdadera Revolución, algo que el poderoso sistema materialista debe enterrar, desvirtuar, manipular o descafeinar como sea, porque Dios, realmente asumido, es peligroso para el poder, ya que pone las metas del hombre en mucho más que el culto al tener, al éxito y al poder (bases del materialismo capitalista), al hedonismo, la falta de ética personal y social y la superficialidad embrutecedora.

Interesa que el materialismo se imponga porque si la materia es la única realidad, debemos vivir para ella, para explotarla y consumirla, y si la materia es la única realidad y nada tiene sentido, entonces se justifican las luchas por el poder y la opresión desde el mismo sobre los oprimidos, pues es justo y natural que los débiles sean eliminados por los fuertes. En cambio, si Dios existe no se puede organizar el mundo (la sociedad, la economía, la política, los valores, la ciencia) para beneficio de unos pocos, sino en función del amor y la solidaridad con todos, y eso no interesa al sistema. Si Dios existe, ni las armas, ni los lujos a costa de los pueblos crucificados, ni el imperialismo, ni el embrutecimiento de las masas con el consumo, la violencia o el sexo, ni nada de este gigantesco montaje que hemos hecho tendría sentido. Las gentes despertarían de cara a su interior y a su exterior. Se ve que la cuestión de si Dios existe y qué tiene que enseñarnos, es vital en todos los sentidos, para toda persona y sociedad.

Sin Dios el hombre queda desprovisto de su único Valedor. Reducido a mera materia –negada la existencia de un alma espiritual y negado un destino ultraterreno, el hombre ha de someterse servilmente a lo que el conjunto de la materia necesite. Si el hombre no es más que materia, valdrá sólo lo que vale la cantidad de materia que constituye su cuerpo, o la cantidad de riqueza que sea capaz de producir.

El filósofo ateo Bertrand Russell lo expresó muy bien: “Si el hombre es el producto de causas que no tenían ninguna previsión de que al final se lograsen;. . . si ningún fuego, ningún heroísmo, ninguna intensidad de pensamiento y sentimiento, pueden preservar una vida individual más allá de la tumba, ¿para qué todos los trabajos de los siglos, toda la devoción, toda la inspiración, todo el brillo del mediodía del genio humano, si están destinados a la extinción en la vasta muerte del sistema solar , y que todo el templo de los logros del hombre, inevitablemente, debe ser enterrado bajo los escombros de un universo en ruinas? (…). Sólo en el andamiaje de estas verdades, sólo sobre la base firme de la desesperación inflexible, puede la morada del alma a partir de ahora de forma segura construida ("La adoración de un hombre libre", en los Escritos Básicos de Bertrand Russell, eds., Robert E. Egner y Lester E. Denonn. p. 67).

Hagas lo que hagas en esta vida, objetivamente y en última instancia, carece de trascendencia o significado. Eres esencial, radical y básicamente (en un sentido último) NADA (o más precisamente, algo que viene de la nada, por nada, para nada y cuyo fin último será, literalmente, nada), un mero accidente insignificante, sin ningún tipo de trascendencia última significado o propósito en absoluto). 

En efecto, si no existe Dios, si estamos aquí solos, abandonados en la nada, surgidos por casualidad, por un juego azaroso de materia y espacio-tiempo, nada tiene sentido, mi existencia es nada, nada permanece, la misma ética carece de motivación e impulso. Así lo han reconocido los grandes pensadores del ateísmo y el materialismo: sin Dios nada tiene sentido, nada tiene un por qué ni un para qué. Si las cosa son así, ¿quién soy yo (o tu), un mero accidente sin sentido, para tratar de traer orden y sentido a lo que no lo tiene ni puede tenerlo, pues intrínsecamente es un sin-sentido? Si nada soy y si soy para nada ¿me dedicaré a luchar por un propósito y un fin en un cosmos sin propósito ni fin? Si sólo tengo esta breve existencia y sólo soy materia y cuerpo ¿por qué mis impulsos materiales, corporales y egoístas, no han de ser lo primero y lo único en este absurdo de cuatro días y medio que va a ser mi vida?; si sólo soy como la casual burbuja de una olla de agua hirviendo, que estoy aquí y al instante siguiente no ¿qué me importan las demás burbujas y el caos del hervor? Si el cosmos y la vida humana son un absurdo y la muerte no ofrece ninguna liberación, ¿podemos ser felices con el conocimiento de que estamos derrotados incluso antes de empezar?

Por otra parte, si no soy responsable ante nada ni nadie que me trasciende y yo no puedo tener más criterio que la materia pues nada existe que no sea la materia y lo que vemos y tocamos ¿por qué mi escala de valores debería venir impulsada o presidida por algo que no sea el bienestar y la satisfacción de mi materia?¿para qué preocuparme por nadie más que por mí, para qué perder mi corta vida preocupándome por ti, si sólo tengo que vivir mi breve existencia?, si tú eres un obstáculo en mi camino o una molestia ¿por qué no te voy a apartar como una piedra, si no tienes más sentido ni eres, en esencia, diferente de ella? Si tú me puedes aportar beneficios ¿por qué no utilizarte y explotarte si tu existencia no tiene, en el fondo, más importancia que la de un burro de carga? Como vemos, el materialismo es profundamente peligroso para la ética, profundamente reaccionario y anti-revolucionario, profundamente aliado del sistema capitalista que nos predica: “Trabaja y vive sólo para consumir y para tener, eso es todo, no hay nada más”. Si el comunismo supiera lo enemigo del ser humano que es el pensamiento materialista no sería materialista, propondría su reforma social en un contexto trascendente y de valores...entonces sería el cristianismo.

Es curioso que algunos ateos califiquen su ateísmo como humanismo, cuando el ateísmo, a base de negar la naturaleza humana como algo real, negar la libertad, negar los valores morales y negar la trascendencia, niega completamente al hombre. El título de “humanismo” no lo merece el ateísmo, sino la cosmovisión creyente. Un destacado ateo, Richard Carrier, ha tenido el valor de reconocerlo: “El verdadero humanismo es el creyente, el ateo es antihumanista. En nuestra visión del mundo, somos sólo otro pequeño subproducto de la naturaleza, en ningún sentido especial para nadie más que para nosotros mismos, sujetos a una gran cantidad de accidentes al azar y a fuerzas, y no hay un ser perfecto o supremo, en absoluto, por lo menos, de todos nosotros.  Por el contrario, es el teísmo, el que a menudo alienta la arrogancia, haciendo del hombre el centro del universo, exagerando su importancia en el gran esquema de las cosas.” (Sense and Goodness Without God: A Defense of Metaphysical Naturalism (Bloomington: AuthorHouse, 2005, p 259).

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