martes, 26 de junio de 2018

DIOS ¿EL AMIGO IMAGINARIO?

DIOS ¿EL AMIGO IMAGINARIO? Por Gabriel Wüldenmar Ortiz


Muchos detractores consideran que creer en Dios es como creer en cualquier ente ficticio que podamos imaginar (un superhéroe, un personaje infantil o folklórico tradicional, personajes creados por los detractores ateos, como el monstruo del espagueti volador o la tetera cósmica de Dawkins). Nada más falso. Con este artificio, los ateos pretenden hacer sentir incultos y ridículos a los creyentes sugiriendo que aquel que crea en Dios es infantil porque la creencia en Dios es infantil. Pero ésta es una falacia lógica: incluso si tuvieran razón en esto (que no es el caso) y la creencia en Dios fuera infantil, esto no implica que, por ello, sea falsa, dado que hay creencias infantiles que son correctas (por ejemplo, los niños creen correctamente que es divertido jugar o que tener amigos es una buena cosa). Es más, un niño puede aprender algo verdadero (como que la Tierra es redonda) en una fuente infantil, como un cómic. Por otra parte, el teísta tampoco cree en cuentos de hadas, tales como universos que salen de la nada por nada y para nada, ni en infinitas series de casualidades siempre ventajosas, ni en estructuras ordenadas y finamente ajustadas que se dieron sin causa, ni en ranas que se convierten en científicos con sólo darles tiempo para un ciego tanteo, ni en materia inconsciente que se vuelve consciente por arte de magia, etc. 

Técnicamente, al ser Dios algo trascendente e inmaterial y, por tanto, no captable por nuestros sentidos, los creyentes no estamos en la “obligación” de presentar pruebas materiales de su existencia. En cambio, los personajes de ficción, de existir, serían seres físicos y materiales y, por tanto, quien afirme su existencia, sí debe presentar pruebas materiales de su existencia. ¡En ningún caso es lo mismo creer en Uno que en los otros!

Pero, además, los creyentes nos basamos también en la evidencia; no nos escudamos, en absoluto, en la imposibilidad o la innecesaridad de pruebas, no pretendemos un Dios inmune a la falsación. El problema de Dios tiene dimensiones ontológicas de las que carece la creencia en personajes ficticios, ya que es una exigencia de la metafísica, la ontología y la lógica, de la naturaleza y el universo como productos inteligentemente diseñados, de la naturaleza sustancial de lo real, de la experiencia trascendente mística de la revelación (universalmente coincidente e intersubjetivamente probada), de la evidencia de otros actos de comunicación (milagros), de la existencia de lo trascendente en nosotros (alma) y más allá de nosotros (entes espirituales y capacidades paranormales), de la existencia y necesidad de lo moral, de la coherencia histórica y lógica de la revelación cristiana, etc. En otras palabras, creer en Dios es una exigencia de la razón bien informada por los datos de la realidad, de la lógica (metafísica y ontología) y de la experiencia (experiencia trascendente en la revelación universal, dimensión histórica de la revelación); en cambio, esos personajes de ficción no son una necesidad en ninguno de esos sentidos.

Dawkins considera que las creencias en esos personajes de ficción son infalsables, y nosotros añadimos que son inmotivadas (innecesarias), pero la idea de Dios no lo es. El caso de Dios es falsable (hay unas predicciones que deberían verificarse en la realidad si existe Dios; la realidad contiene características inexplicables sin Dios y sería muy distinta si Dios no existiera), pero afirmamos que, tras ser sometida a falsación, resulta ser cierta; además, es necesaria (sin Dios no se explica la realidad; la hipótesis rival -el materialismo- no la explica). Dawkins se contradice lamentablemente porque, por una parte, sugiere que la hipótesis Dios es tan inverificable e inmune al escepticismo científico como las hipótesis de la existencia de los personajes de ficción, pero, por otra, insiste en que Dios es una cuestión de la que la ciencia puede ocuparse (es, por tanto, verificable) y admite que el universo esperable es muy distinto si existe Dios a lo que sería si no existiera. Así pues, él mismo admite que los personajes de ficción son infalsables y Dios es falsable, lo que constituye una diferencia esencial, y marca un grado de importancia de la cuestión completamente distinto en aquéllos y en Éste.

Algunos ateos afirman (sin pruebas) que Dios no es más que una versión del amigo imaginario de algunos niños, pues da consuelo y se le cree invisible pero presente. Pero, en realidad, Dios es completamente distinto de esto. A Él ni se le “ve” ni se le “oye” alucinatoriamente como a esos personajes (no se revela constantemente a cualquiera de forma directa, ni se basa en voces o visiones); no es un compañero de juegos ni un cómplice complaciente (es superior y fuente de corrección moral); no se le ubica espacialmente en la imaginación (Dios es omnipresente no ubicable), no se le considera físicamente cercano (Dios está en el cielo) ni disponible a nuestro servicio (Dios es soberano). Mientras que a Dios siempre se le siente y se le describe como Espíritu Inmaterial (antropomorfismos didácticos-metafóricos al margen) en un entorno trascendente, a los “amigos imaginarios”, según señalan los estudios, se les concibe siempre en un entorno inmediato y pueril y son “percibidos” como “materiales” (aproximadamente un 40% son animales y un 60% son “seres humanos”, generalmente “niños” de la misma edad, y sólo a veces “adultos” protectores). 

Si Dios es transmitido como valor cultural en entornos sociales y compartido por muchos, los amigos imaginarios son eventos privados e individuales que se dan más frecuentemente en hijos únicos y niños con mayor grado de inteligencia, menos tímidos, más sociables (son un ensayo para resolver situaciones sociales) y mentalmente sanos, como han constatado las psicólogas Marjorie Taylor y Stephanie Carlson (estudio sobre una muestra de 152 niños de 4 a 7 años). Esta constatación es un obstáculo para la teoría de que Dios es cosa de bobos e inadaptados y el ateísmo propio de inteligentes, defendida por los mismos que afirman la relación de la idea de Dios con el “amigo imaginario”. Para colmo, la experiencia de Uno (sublime, persistente, profunda y arrebatadora) y otro (trivial, transitoria y pueril) es completamente distinta. Relacionar a Dios con el “amigo imaginario” porque proporciona consuelo y fundamenta ideas, serviría también para relacionar al Ser Supremo con una buena película o un helado de chocolate, que nos consuelan y nos hacen pensar algo tan “trascendente” como que la vida a veces es agradable.

Para saber más:
y


domingo, 17 de junio de 2018

¡HAY QUE ACABAR CON LA INMIGRACIÓN!


¡HAY QUE ACABAR CON LA INMIGRACIÓN! 
(por Gabriel Wüldenmar Ortiz)

¿No te gusta la inmigración? A mi tampoco, y te diré alguien más a quienes no les gusta la inmigración: a los propios inmigrantes. Ellos preferirían vivir en su país, en su cultura, en su mundo, con sus amigos y vecinos. No quieren atravesar un trayecto infestado de peligros, de esclavistas, de violadores, de desiertos infernales, de mares amenazantes, de muerte. Nadie abandona todo su mundo por gusto. Lo hacen porque no tienen más remedio, porque no pueden más, porque sufren miseria, padecen explotación, no tienen futuro, mueren de hambre o huyen de la guerra o las dictaduras.

Por eso, como a los racistas, no nos gusta la inmigración. Pero por motivos muy distintos. Los inmigrantes y nosotros porque querríamos que todas las personas pudieran vivir dignamente donde ellas prefiriesen hacerlo, y que no se viesen forzados por terribles circunstancias a emigrar. Los racistas porque su alma está llena de furia, insolidaridad, exclusión, supremacismo, brutalidad e hipocresía (sí, aunque parezca mentira, muchos se llaman pro-vida y católicos). Su estrategia simplista para mentes simples es enfrentar pobres (de allí) con pobres (de aquí) para que nadie se fije en los verdaderos criminales (los que crean hambre y guerras allí, son los mismos que causan paro y pobreza aquí) ni en las causas de la inmigración, ni sepan que hay recursos para todos. Pero es más fácil ignorar todo eso y seguir con el discurso instintivo-tribal del miedo y del odio; es tan básico, tan brutal, que funciona.

Sin embargo, en un mundo donde mueren al día 100.000 personas de hambre y miseria, buscar una vida mejor es un derecho, como hemos hecho nosotros los occidentales en el pasado, durante hambrunas y guerras. Nos hemos olvidado de que fuimos acogidos y ahora no queremos a los inmigrantes aquí; hacen feo, nos dan miedo, nos molestan, nos cuestionan, hay que atenderles…pero, por supuesto, sí que queremos su petróleo, su gas natural, su oro, su coltán, su uranio, su cobre, su chocolate, su café, etc. sus materias primas en general para mantener nuestro tren de vida; y para ello les invadimos y saqueamos con el colonialismo antaño, y ahora con el neocolonialismo económico y militar. Queremos el banquete a su costa, el expolio organizado, el negocio de la miseria… pero también queremos que hagan de favor de morir en silencio, que se ahoguen sin estorbar, sin llamar a la puerta de sus amos.

Sin embargo, la vida, guste o no, se abre paso. A pesar de cuchillas corta-carne, de racistas rompehuesos, de funcionarios torturadores, de patronos explotadores, de centros inhumanos de internamiento y campos de concentración para inocentes, incluso para niños que sólo han cometido el delito de tener hambre… Otras veces optamos por penalizar la solidaridad, castigando a quienes les socorren. O recurrimos a las “devoluciones en caliente”, una monstruosidad moral y legal que consiste en echar a los inmigrantes sin asistencia letrada, sin atención sanitaria aunque vengan heridos o enfermos, sin alimentos ni agua, sin averiguar si están huyendo de guerras o persecuciones a minorías, sin averiguar si son menores desamparados, sin que importe que sean mujeres embarazadas, sin que importe devolverlos a países que no son el suyo y donde van a ser maltratados e incluso asesinados, etc. Eso es directamente un crimen y una cobardía, y quienes lo hacen son criminales y cobardes, por muchos despachos, cargos o uniformes que ostenten.

¿Hay que acabar con la inmigración? Muy bien. Los primeros interesados en acabar con este drama son los inmigrantes. ¿Qué podemos hacer? Podemos empezar por dejar de diseñar, provocar y financiar guerras, sostener dictaduras y derribar gobiernos en sus países para lucrarnos con sus recursos naturales. Dejemos también de robarles entre el 30 y el 50% de su PIB anual, y de impedirles industrializarse y ser competitivos mediante nuestra doble moral de aranceles “proteccionismo - mercado libre”. Ayudaría si dejásemos de hundir sus mercados con el "dumping", si dejásemos de confabularnos para pagarles una miseria, cada vez más exigua, por sus materias primas, y si dejásemos de asfixiarles con el engaño de la deuda externa y los P.A.E. Renunciemos también a que sus hijas y sus niños sean esclavos de nuestras marcas, imponiendo una legislación laboral justa a todos los países y empresas, y mediante el boicot al consumo. Sería necesario compensarlos por el robo del colonialismo, restaurar el daño causado en el medio ambiente por nuestras empresas y macro-proyectos, dejar de impedirles con royalties que desarrollen medicamentos, dejar de patentar como nuestras sus riquezas naturales, etc. Entonces, y sólo entonces, la inmigración masiva acabará. Mientras tanto, tenemos una deuda legal y moral con ellos.

“¡Pues llévatelos a tu casa!”, grita el xenófobo, con un argumento tan básico como su red neuronal. Muchos de los que hablamos de solidaridad, también la practicamos. Hemos abierto nuestro hogar y nuestros medios a personas necesitadas, hemos dado alojamiento, alimento, guardería, escuela de alfabetización, medicamentos, asesoría administrativa, asesoría legal, ayuda económica, consejería psicológica, etc. en nuestra propia casa, dentro de nuestras posibilidades (limitadas) y dentro de las exigencias de seguridad. Pero como ciudadano, tengo derecho a pedir solidaridad a la comunidad, a la sociedad o al estado hacia un colectivo vulnerable, sin que por ello tenga por qué encargarme personalmente de todo y de todos más allá de sus posibilidades, puesto que uno es un particular, no es un estado ni una institución y no tiene tantos medios. Para eso pago mis impuestos, para poder exigir que el estado destine los recursos necesarios (muy superiores a los míos) para atender a los colectivos en riesgo. Y como miembro de una sociedad, de una comunidad, tengo derecho a pedir la solidaridad apelando a la conciencia moral de los demás miembros de esa comunidad o sociedad para que ayuden, cada uno de acuerdo con sus posibilidades. La solidaridad es una de las acciones más morales y humanizadoras que existen. Es lo que más nos ennoblece y nos hace evolucionar, pues es una manifestación de desinterés personal y de amor al prójimo. Así que, bienvenidos, hermanos inmigrantes; bienvenidos y perdón.

Para saber más: http://bit.ly/1WKbm96

sábado, 16 de junio de 2018

LA TRISTE SUERTE DE LA UFOLOGÍA


LA TRISTE SUERTE DE LA UFOLOGÍA

(por Gabriel Wüldenmar Ortiz)

El estudio del fenómeno OVNI parecía un campo prometedor, como el estudio de cualquier anomalía, que siempre constituye una frontera de la ciencia y, por tanto, una zona de crecimiento natural para la misma. Astrónomos, estadísticos, físicos, meteorólogos, militares, psicólogos, sociólogos, etc. se daban cita para tratar de desentrañar un fenómeno en el que, básicamente, personas creíbles tenían experiencias increíbles. 

Desgraciadamente, a partir de las décadas de 1980-1990, el fenómeno fue gradualmente quedando en manos de charlatanes, mercachifles, sectarios y especuladores. Siempre los hubo, pero eran los menos y objeto de desconfianza y sorna, pero con la generalización de Internet, esta situación ha ido empeorando. Hoy en día, con tanto oportunista y advenedizo haciendo videos absurdos y especulativos en Internet, la ufología se ha convertido en una comedia grotesca. No es que los investigadores serios y metódicos no existan (muy minoritarios), pero, sin duda, han perdido protagonismo e iniciativa en una ufología (estudio del fenómeno OVNI) que se ha convertido en ufolatría (culto a los nuevos dioses aliens). Usar la cabeza y evaluar datos es mucho más complicado y menos excitante y rentable que dedicarse a contar historietas para legiones de rentables crédulos con buenas tragaderas en videos de Youtube... Esa es la triste suerte de la ufología actual.

Todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones, a narrar sus supuestas experiencias, pero merece estar bajo la mirada severa de la crítica aquel que se dedica a vender humo y medrar con ello sin fundamento alguno, una conducta que no me siento inclinado a tratar con eufemismos. Ciertamente, la experiencia es la madre de la ciencia, pero se trata de una experiencia pautada, sistemática y verificable, no de admitir cualquier ocurrencia como válida. Yo podría contar mis experiencias con los ovnis porque sé que son reales, pero como no puedo demostrarlas y nadie tiene por qué creer en mi sin conocerme de nada, prefiero guardarlas para mí y mis íntimos, y hablar de las experiencias que cuentan con evidencia verificable (filmaciones, fotografías, registros de radar o de sonar, huellas, análisis químicos, efectos electromagnéticos o electromecánicos, fuentes altamente fiables, informes oficiales, etc.). Esta evidencia me sugiere que el fenómeno ovni es real, que es físico - tecnológico, y que probablemente es de origen extraterrestre (sí, ya sé que no es la moda). Puedo analizar también el fenómeno desde el punto de vista sociológico, psicológico, antropológico transcultural, etc. Pero más allá de lo dicho, sólo hay especulación, ilusión, charlatanería y negocio.

El estudio sistemático de cualquier fenómeno es racional. Si renunciamos a eso en el tema ovni, la ufología muere para dar paso a la ufolatría, en la que los seres que están detrás del fenómeno OVNI adoptan categorías de nuevos dioses en un mundo desacralizado, pues son omnipresentes, omniscientes y omnipotentes, creadores nuestros (e incluso de la vida), salvadores y dueños de nuestra existencia, de nuestra mente, de nuestro destino, sanadores milagrosos, providencia que nos acompaña y observa, objeto de nuestras meditaciones, inspiradores de nuestras ideas, autores de nuestros logros, maestros de todo conocimiento, divinidades y demonios de nuestra historia en todos los pueblos, etc. Si esto no es convertir la ufología en una religión (ufolatría), no sé qué otra cosa pueda ser.

Y a eso, la verdad, no estoy dispuesto. No quiero una ufología que admite como pura verdad cualquier delirio individual, cualquier historia bizarra, cualquier afirmación de gurúes e iluminados, que extiende la superstición, que aleja a cualquier persona con sentido racional y crítico. Quiero una ufología que una persona científica y sensata pueda estudiar sin sentir vergüenza de decir: soy ufólogo (además de físico, astrónomo, matemático, psicólogo…).

Otra cosa es que se pueda filosofar en ufología, pero siempre en base a las evidencias y a argumentos lógicos y desde la probabilidad, no desde la afirmación rotunda. Por ejemplo, se me ocurre que no es probable que nuestros distintos visitantes sean malos conscientemente en el sentido humano: crueles, egoístas, violentos. No es probable porque:

1) Probablemente, civilizaciones que son capaces de manejar la energía y la tecnología al gran nivel que se requiere para visitarnos a estas distancias y para mostrar las prestaciones que revelan estos objetos, ya se habrían autodestruido (en una guerra o asolando su mundo) si poseyeran una mentalidad agresiva, codiciosa, egoísta, cruel, basada en la competición sin cuartel en vez de en la cooperación. Podría existir así un filtro que eliminase a civilizaciones hostiles: mucho poder en manos no éticas ni cooperativas llevaría a la destrucción.

2) Esa evidente superioridad tecnológica que exhiben les habría permitido aniquilarnos o someternos hace siglos o milenios (pues está claro que nos visitan hace mucho), y no ha sido así.

3) El análisis detallado de la casuística OVNI nos permite concluir que el fenómeno es masivamente pacífico, inocuo, no agresivo hacia el hombre. En el 97% de los casos la interacción no es dañina para nosotros, y si analizamos el 3% restante, en la casi totalidad en que hay personas lesionadas, fuimos nosotros, los terrestres los que agredimos primero.

Lo que no quiere decir que todos sean buenos en el sentido que entendemos nosotros (y menos mesiánicos-angélicos como los presentan los contactados). Los hay, si nos centramos en las abducciones, que muestran comportamientos lesivos para el ser humano. Pero estos comportamientos no parecen basarse en una maldad moral sino en una mezcla homogénea de tres factores:

a) Dificultad para entender sentimientos y emociones por parte de los abductores.

b) Un sentido utilitario como el que desarrollamos con los animales, a los que les hacemos "lo que tenemos que hacer" para un fin determinado sin la intención de hacerles daño porque seamos crueles o malvados o sádicos.

c) Ausencia de individualidad personal; se trata de seres que parecen obedecer a una mente colectiva, una mente-colmena, lo que lleva al punto "a".