
¿Religión o espiritualidad? Por Gabriel Wüldenmar Ortiz
Algunos quieren señalar diferencias y oposición entre religión y espiritualidad mística, pero lo único
que consiguen es mostrar la diferencia entre una religión puramente externa,
formalista, heterónoma, meramente heredada, mal enseñada y mal asumida, ritualista,
vacía y simplemente social, por un lado, y, por otro lado, una religión
interiorizada, asumida conscientemente como propia, significativamente personal
y viva. Así, algunos reducen la espiritualidad a la sensación de
conexión con “algo más elevado”, con una Presencia que trasciende el sentido
individual del yo, y dicen que la religión es un sistema codificado de
creencias, prácticas y comportamientos en el seno de una comunidad de creyentes
afines. Así, la religión puede incluir, o no, un sentido de lo espiritual; y
las personas espirituales pueden ser o no religiosas.
Ahora bien, esta diferenciación es
completamente artificial (el ser humano es un ente cultural dinámico y social
donde ambas dimensiones -interior y exterior- se mezclan) e irreal
(antihistórica). En primer lugar, en el fondo de toda actitud verdaderamente
religiosa (que no esté muerta interiormente ni sea meramente ritualista e
hipócrita) está la consciencia de la existencia y contacto personal y
comunicativo con “algo más elevado” que nos trasciende, una Presencia-Poder
Superior; sin tal consciencia, no hay religión. Así pues, no hay personas
verdaderamente religiosas que no sean espirituales, ni personas espirituales
que no sean religiosas, salvo que reduzcamos la religión a un mero teatro
externo, y la espiritualidad a un mero individualismo indefinido, ñoño y
panteísta (New Age).
En segundo lugar, cuando el ser humano
entra en contacto con esa Presencia Suprema no se limita a eso, no se conforma
con esa sensación, sino que expresa su profunda admiración y emoción
(admiración-adoración, símbolos, rituales) y establece una comunicación
personal (oración) de la que emanan (revelación) unas enseñanzas (creencias) y
comportamientos (moral) que comparte expansivamente con los demás (comunidad) y
que acaban codificándose como doctrina en el nivel social. Este proceso está
históricamente probado de manera constante. No se conoce ni un solo caso en que
la sensación ante el Misterio Supremo se haya limitado a esa sensación, no haya
conducido a nada más y se haya quedado en el plano de la indefinición y de la
individualidad (salvo acaso las modernas bobadas de la New Age ególatra para
contemporáneos estresados y neuróticos).
En realidad, oponer espiritualidad y
religión es absurdo. Es en las religiones donde nacieron los místicos y la
mística, es decir, la espiritualidad. Toda religión nació siendo espiritualidad
y debe volver a sus orígenes. Es en eso en lo que hay que trabajar, no en
destruir y odiar la religión -como hacen otros que pretenden construir un
“nuevo mundo” en el resentimiento y en el rencor, excluyendo, y removiendo la
basura histórica una y otra vez sin reconocer nunca los buenos frutos de la
religión-. Por el contrario, hay que trabajar juntos en lo positivo para
purificar y mejorar, cultivando la crítica constructiva y la sana autocrítica.
Que la religión de calidad es
espiritualidad se ve en el propio término “religión”, que viene de “re-ligare”,
“volver a unirnos” con la Fuente (Dios) de la que nos hemos separado. Otra cosa
son las instituciones humanas que se han contaminado del espíritu del mundo, a
las que hay que podar y purificar para que representen la verdadera esencia
original de la fe expresada en la reunión de los creyentes. Así, es posible
considerarnos espirituales y considerarnos religiosos al mismo tiempo, pues de
la religión aprendimos que hay una trascendencia, un Dios y una búsqueda; es la
religión la que ha custodiado los textos y las palabras de los caminantes
espirituales que nos enseñan a buscar la espiritualidad. Casi todos hemos
nacido en el seno de una religión. Sin ella, probablemente, no hubiéramos
conocido ni desarrollado nuestra espiritualidad.
Los detractores de la religión
argumentan que ésta es una forma de control de masas porque impone normas
morales (lo que está permitido y lo que no está permitido hacer); en cambio,
aseguran, la “espiritualidad” es ser uno mismo, fluir, trabajar desde el
interior. Parece un bonito argumento (muy al gusto de la anomia actual), pero
está lleno de falacias. En primer lugar,
reduce el hecho religioso a la moral, que es sólo una dimensión de la
religiosidad entre otras. En segundo
lugar, el argumento sugiere que lo que los detractores llaman
“espiritualidad” carece de normas morales, y lo que denominan “trabajar desde
el interior” carece de directrices, por lo que sólo cabe esperar de ambos
hechos el caos o la egolatría. En tercer
lugar, el argumento confunde también moral autónoma (la que asumimos libre
y conscientemente como propia) con moral heterónoma (la que obedecemos porque
nos imponen otros), y, para colmo, prejuzga que no puede haber moral autónoma
en la religión, lo cual es falso e injusto.
Los detractores de la religión desean
eliminar las normas, los dogmas, los intermediarios y los ritos.
Pero resulta que toda religión, espiritualidad o moral es mediada porque la
aprendemos de otros (la recibimos de la familia, la sociedad o la cultura),
aunque luego la “caminemos” por nosotros mismos y la interioricemos. De ahí la
necesidad de las normas.
Nótese que toda religión, toda moral y
toda búsqueda espiritual son, en principio, heterónomas, o sea, las aprendemos
de otros (algo lógico, pues no nacemos con ciencia infusa) pero, si es de
calidad, la religión nos invita a cada uno a experimentar nuestra fe
espiritual-religiosa y nuestra moral de forma autónoma, a interiorizarlas, a
hacerlas propias por pura convicción, no por imposición, a creer y actuar por consciencia
y no por obediencia. Es decir, la religión de buena calidad invita a la
espiritualidad. Eso
es precisamente la conversión, lo que los cristianos llamamos “meta-noia”, o
sea, “cambiar de mentalidad”, ver la realidad transformados por la
espiritualidad; a eso nos invita la religión cuando aconseja la oración y la
meditación, de modo que nos dice: “Descubre por ti mismo a Dios, ahonda en el
territorio espiritual”.
En cuanto a los dogmas, las creencias van evolucionando, se van deformando, se van
diversificando, hay luchas internas, cada cual va aportando sus ideas, sus “revelaciones”
particulares, etc. Si esto no se regulase, se llegaría a un “totum revolutum”,
a una confusión total, a un caos, por lo que es lógico que la comunidad (o sus
representantes) aclaren lo que pertenece y es característico de una creencia,
cuáles son los textos sagrados con autoridad, etc.
Muchos rechazan los dogmas argumentando que son lo contrario de la
racionalidad. Aunque históricamente se ha abusado de los dogmas, de su
indiscutibilidad y de su imposición arbitraria, su contenido no es, contra lo
que a menudo se cree y afirma, un producto del capricho irracional de una
autoridad, sino, generalmente, el resultado (cierto o equivocado) de una
profunda reflexión racional sobre los contenidos de la Revelación y de
prolongados e intensos debates realizados por especialistas y basados en la
creencia mayoritaria de la comunidad de creyentes, en los textos sagrados de
esa religión y en su tradición, que se adoptan tras arduos análisis. Esto no
significa que sean indiscutibles, ni siquiera que siempre tengan razón (pueden
cuestionarse y los teólogos lo hacen a menudo). Lo que queremos explicar es que
nada tienen de irracionales.
Por otra parte, toda religión tiene especialistas que pueden dedicar su vida a guiarnos, a allanarnos el camino que ellos ya recorrieron, a señalarnos los peligros que podemos hallar, a aconsejarnos y darnos consuelo espiritual, a enseñarnos a caminar por nosotros mismos. Esos son los intermediarios. Es curioso observar cómo muchos de los que rechazan a los representantes de las religiones se apegan, sin embargo, a chamanes, gurúes, médiums, lamas, maestros ascendidos, etc. La propia espiritualidad de éstos que piden “sustituir la religión por la espiritualidad” está formada por elementos, técnicas o comportamientos que aprendieron de religiones o maestros religiosos.
Por otro lado, intentar eliminar los ritos religiosos es una tarea muy difícil. Los símbolos son ineludibles porque el ser humano es (y ha sido siempre) un animal simbólico. Todo es símbolo para nosotros: el dinero, las palabras, los valores, los regalos, los recuerdos, etc. Los mismos grupos que quieren abrogar la religión tradicional están llenos de símbolos, rituales, líderes, etc. Todos conocemos a alguien que guarda la entrada de un cine o el tapón de una botella de champán para recordar un día especial, o un diente de leche de su hijo, o que regaló una rosa por amor, etc. Así pues, los rituales son formas ineludibles de la expresión social de la religión. Lo procedente no es excluir los rituales, simplemente hay que procurar que no sean vacíos, realizados por mero cumplimiento ritualista, sino que deben ser el reflejo ante la comunidad de una realidad interior, que está ocurriendo dentro de nosotros.
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