¡HAY QUE ACABAR CON LA INMIGRACIÓN!
(por Gabriel Wüldenmar Ortiz)
¿No te gusta la inmigración? A mi
tampoco, y te diré alguien más a quienes no les gusta la inmigración: a los
propios inmigrantes. Ellos preferirían vivir en su país, en su cultura, en su mundo,
con sus amigos y vecinos. No quieren atravesar un trayecto infestado de
peligros, de esclavistas, de violadores, de desiertos infernales, de mares
amenazantes, de muerte. Nadie abandona todo su mundo por gusto. Lo hacen porque
no tienen más remedio, porque no pueden más, porque sufren miseria, padecen
explotación, no tienen futuro, mueren de hambre o huyen de la guerra o las
dictaduras.
Por eso, como a los racistas, no nos
gusta la inmigración. Pero por motivos muy distintos. Los inmigrantes y
nosotros porque querríamos que todas las personas pudieran vivir dignamente donde ellas
prefiriesen hacerlo, y que no se viesen forzados por
terribles circunstancias a emigrar. Los racistas porque su alma está llena de furia,
insolidaridad, exclusión, supremacismo, brutalidad e hipocresía (sí, aunque
parezca mentira, muchos se llaman pro-vida y católicos). Su estrategia
simplista para mentes simples es enfrentar pobres (de allí) con pobres (de
aquí) para que nadie se fije en los verdaderos criminales (los que crean hambre
y guerras allí, son los mismos que causan paro y pobreza aquí) ni en las causas
de la inmigración, ni sepan que hay recursos para todos. Pero es más fácil ignorar
todo eso y seguir con el discurso instintivo-tribal del miedo y del odio; es
tan básico, tan brutal, que funciona.
Sin embargo, en un mundo donde mueren al
día 100.000 personas de hambre y miseria, buscar una vida mejor es un derecho,
como hemos hecho nosotros los occidentales en el pasado, durante hambrunas y
guerras. Nos hemos olvidado de que fuimos acogidos y ahora no queremos a los
inmigrantes aquí; hacen feo, nos dan miedo, nos molestan, nos cuestionan, hay
que atenderles…pero, por supuesto, sí que queremos su petróleo, su gas natural,
su oro, su coltán, su uranio, su cobre, su chocolate, su café, etc. sus
materias primas en general para mantener nuestro tren de vida; y para ello les invadimos
y saqueamos con el colonialismo antaño, y ahora con el neocolonialismo
económico y militar. Queremos el banquete a su costa, el expolio organizado, el
negocio de la miseria… pero también queremos que hagan de favor de morir en
silencio, que se ahoguen sin estorbar, sin llamar a la puerta de sus amos.
Sin embargo, la vida, guste o no, se
abre paso. A pesar de cuchillas corta-carne, de racistas rompehuesos, de
funcionarios torturadores, de patronos explotadores, de centros inhumanos de
internamiento y campos de concentración para inocentes, incluso para niños que
sólo han cometido el delito de tener hambre… Otras veces optamos por penalizar
la solidaridad, castigando a quienes les socorren. O recurrimos a las “devoluciones
en caliente”, una monstruosidad moral y legal que consiste en echar a los inmigrantes
sin asistencia letrada, sin atención sanitaria aunque vengan heridos o
enfermos, sin alimentos ni agua, sin averiguar si están huyendo de guerras o
persecuciones a minorías, sin averiguar si son menores desamparados, sin que
importe que sean mujeres embarazadas, sin que importe devolverlos a países que
no son el suyo y donde van a ser maltratados e incluso asesinados, etc. Eso es directamente un
crimen y una cobardía, y quienes lo hacen son criminales y cobardes, por muchos
despachos, cargos o uniformes que ostenten.
¿Hay que acabar con la inmigración? Muy
bien. Los primeros interesados en acabar con este drama son los inmigrantes.
¿Qué podemos hacer? Podemos empezar por dejar de diseñar, provocar y financiar
guerras, sostener dictaduras y derribar gobiernos en sus países para lucrarnos con sus
recursos naturales. Dejemos también de robarles entre el 30 y el 50% de su PIB
anual, y de impedirles industrializarse y ser competitivos mediante nuestra
doble moral de aranceles “proteccionismo - mercado libre”. Ayudaría si dejásemos
de hundir sus mercados con el "dumping", si dejásemos de confabularnos para pagarles una miseria, cada vez más
exigua, por sus materias primas, y si dejásemos de asfixiarles con el engaño de
la deuda externa y los P.A.E. Renunciemos también a que sus hijas y sus niños
sean esclavos de nuestras marcas, imponiendo una legislación laboral justa a
todos los países y empresas, y mediante el boicot al consumo. Sería necesario compensarlos
por el robo del colonialismo, restaurar el daño causado en el medio ambiente
por nuestras empresas y macro-proyectos, dejar de impedirles con royalties que
desarrollen medicamentos, dejar de patentar como nuestras sus riquezas
naturales, etc. Entonces, y sólo entonces, la inmigración masiva acabará.
Mientras tanto, tenemos una deuda legal y moral con ellos.
“¡Pues
llévatelos a tu casa!”, grita el xenófobo, con un argumento tan básico como su red neuronal. Muchos de los que hablamos de solidaridad,
también la practicamos. Hemos abierto nuestro hogar y nuestros medios a
personas necesitadas, hemos dado alojamiento, alimento, guardería, escuela de
alfabetización, medicamentos, asesoría administrativa, asesoría legal, ayuda
económica, consejería psicológica, etc. en nuestra propia casa, dentro de
nuestras posibilidades (limitadas) y dentro de las exigencias de seguridad. Pero como ciudadano, tengo derecho a pedir
solidaridad a la comunidad, a la sociedad o al estado hacia un colectivo
vulnerable, sin que por ello tenga por qué encargarme personalmente de todo y
de todos más allá de sus posibilidades, puesto que uno es un particular, no es
un estado ni una institución y no tiene tantos medios. Para eso pago mis
impuestos, para poder exigir que el estado destine los recursos necesarios (muy
superiores a los míos) para atender a los colectivos en riesgo. Y como miembro
de una sociedad, de una comunidad, tengo derecho a pedir la solidaridad
apelando a la conciencia moral de los demás miembros de esa comunidad o
sociedad para que ayuden, cada uno de acuerdo con sus posibilidades. La solidaridad es una de
las acciones más morales y humanizadoras que existen. Es lo que más nos
ennoblece y nos hace evolucionar, pues es una manifestación de desinterés
personal y de amor al prójimo. Así que, bienvenidos, hermanos inmigrantes;
bienvenidos y perdón.
Para saber más: http://bit.ly/1WKbm96
PLAN KALERGI
ResponderEliminarEs un invento racista proto-nazi para alentar y expandir el odio hacia otros pueblos. Se basa en tres falacias : 1) el concepto de raza es genéticamente relevante, 2) hay razas inferiores y razas superiores, y 3) Mezclar una raza superior (blanca) con otra inferior (cualquiera otra) debilita biologicamente a la superior. Ninguno de estos puntos tiene el menor fundamento, lo que no impide que los conspiranóicos lo repitan como un mantra porque suena a que saben mucho.